miércoles, 8 de enero de 2025

STEFHANY ROJAS WAGNER

 

 

 

Rock and roll a diez mil pies de altura

 



Elvis toca sobre la línea ecuatorial

en un avión que viaja al sur,

huye de un país con hambre,

huye del cementerio.

Se sienta en mis piernas como un niño,

con la nariz rota y un infarto irremediable.

Mira la piel metálica de este buitre;

los picos de las montañas alumbran

a través de la ventana de polietileno.

Todo es bello cuando se oxida

y se pierde en el espacio.

Es este reflejo pálido de la noche

lo que me pone neurótica

entre la sangre y la niebla.

Le digo: espera hago una llamada, cariño,

espera que hay un hombre al otro lado de la línea.

Sí, estoy enamorada, sí, es como la cocaína.

 

Hola, te llamé con mi caja negra,

¿Ves la luna desde la tierra?

Aquí estoy con Elvis y la vemos.

Suponemos que salimos de la atmósfera,

suponemos que lo distante es nuestro reino,

los muros de la capital que nos vomitan.

Dime, ¿ves los satélites?

solitarios como nosotros,

hostiles en el tiempo como nosotros,

perdidos en el firmamento

entre esquirlas y astronautas.

Te estoy abrumando, ¿verdad?

Vuelve a la cama.

Adiós.

 

Elvis pregunta por qué vuelo con él

kilómetros lejos de casa,

no es por la montaña blanca de mis pulmones,

no es por el aceite bajo el músculo muerto,

no es por el agua envenenada del hígado;

hay esperanza,

hay una ducha con sales minerales,

hay palabras de fantasía en la boca

de este hombre en el teléfono.

Lo siento, Elvis, tengo que dejarte en este asteroide.

Tengo que marcharme de este manicomio.

 

 

 

 

 

 

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