Morí en tres ocasiones.
Tres
veces mientras recorría
las
estrechas calles de Perugia
y
atravesaba la Puerta del Sol,
suspendiendo
un breve instante mi errancia
para
contemplar desde lo alto de las escaleras
en
la hora tranquila del crepúsculo el panorama
sobre
la ciudad y la campiña circundante,
quedé
deslumbrado por bellezas tales
que
mi conciencia se desvaneció
fuera
de ella misma
a tal
punto mi exaltación me
había vuelvo sensible
a la
gracia y a los esplendores del mundo.
Mi
deseo era tan ardiente, mi turbación tan grande,
que
tres veces tuve el espíritu quebrado
y
fui objeto de un súbito vértigo
que
me hizo perder conocimiento ante la vista del cielo
encendido
por vivos destellos que se enroscaban
en
un torbellino de colores resplandecientes.
Era
como si de repente el tiempo
y el
espacio ya no tuviesen medida.
Y
percibí entonces en mis oídos el eco
lejano
de un canto de una inefable dulzura.
Era
por así decirlo una lluvia
centelleante
de notas de luz parecidas
a
los astros que brillan en el firmamento.
De:
“Puerta del Sol”
Versión
de Mariano Rolando Andrade
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