viernes, 22 de agosto de 2025

YANNIS ANTIOJU

 

  

Otoño

 


Siempre en semejante estación, cuando es enfermiza la ofuscación y se marchitan mis hojas, noche respiro. Enterrado en las hojas tranquilizantes de un viejo tilo, me pudro empapado. El otoño no tiene patas. Solo un cuerpo fangoso yace a medio enterrar en sonatas y adagios nocturnos. No sé qué ocurre en mi noche. Sé, sin embargo, con seguridad de las estrellas; porque la luna alguna vez me hace el favor de desaparecer. Y luego no brillo, no brillas, no brillan nuestras argénteas hojas. Absortas, se arremolinan, vórtices en el aire, y de nuevo reposan en el suelo, de la manera en que los seres humanos se apilan unos sobre otros; y no hago más que inclinarme para acechar tu dormir. He llenado la estancia de cenizas e hilos. Fumo y coso un monstruo que nadie comprenderá. Soy la sacra podredumbre que rozó tu boca. Tanto me he cansado buscando un verbo tuyo, el que con insistencia anhelas, recitando una y otra vez: Aber weh! es wandelt in Nacht, es wohnt, wie im Orkus, Ohne Göttliches unser Geschlecht.¹

 

—El otoño no tiene patas. Solo un cuerpo fangoso yace a medio enterrar bajo el viejo tilo.

 

Y, sin embargo, los dos hemos d e a m b u l a d o por sus escombros, compartiendo nuestra muerte. También los dos hemos c a m b i a d o. Tras nuestros párpados cerrados solo el fisurado tetrágono negro de Rusia amanece—​​ 

 

La estación nos maduró incluso aunque dos estigmas en las pantorrillas se enardeciesen. Picaduras de insectos estivales, que hago que sangren inclinándome para que algo de verano gotee. Un poco por poco por poco hurga aún en dos heridas. Sobre cadáveres de soldados muertos nos sacudimos las palmas de las manos estirando nuestros dedos raquíticos, arrojando sobras las sábanas agujereadas los huesos hechos añicos de nuestros pies palabras-magia, que tú denominas pequeños detalles y yo poemas. Entonces, el oscuro cielo extiende las manos. Nos convertimos en las aves de la muerte con las lenguas cortadas. Invisibles, amontonamos en la estación los deseos y cuando se fortifica nuestra oscura mirada, revoloteamos hacia los tupidos bosques al acecho de las ciudades iluminadas y nos abalanzamos picando las ventanas vahadas a la hora en que se ciñen las manos de la pasión y os ahogan. ¡Nunca! ¡Nunca salvamos a nadie!

 

—El otoño no tiene pies. Solo un cuerpo fangoso yace a medio enterrar bajo el viejo tilo.

 

Bach ensaya la Pasión según San Mateo en Nicolaikirche: «Erbarme dich, mein Gott, Um meiner Zähren Willen!».² Dios mío, nos convertimos en los ladrones a la izquierda de Tu cruz, aguardando a que los soldados sean resucitados. La eternidad se mofa de la democracia. Comulgamos con tu cuerpo y tu sangre para que nos inundes. Somos Tus cristianos caníbales— Entre tú y yo está el gran camino y la macilenta luz que nos pudre. Hemos engullido nuestro cuerpo. Solo falta que despedacemos nuestros corazones.

  

Versión de Mario Domínguez Parra

  

1.- «Mas, ¡ay!, nuestro linaje vaga en la noche, vive como en el Orco, sin lo divino». Vid. Friedrich Hölderlin, El archipiélago, estudio y traducción de Luis Díez del Corral, Madrid, Alianza, 1979, p. 81.

 

2.- «Apiádate [de mí], Señor, / por estas lágrimas que lloro». Johann Sebastian Bach, Matthäus-Passion, Edel Classics, Alemania, 2005. Traducción del fragmento a cargo de Daniel Najmías.

 

 

 

 

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