Otoño
Siempre
en semejante estación, cuando es enfermiza la ofuscación y se marchitan mis
hojas, noche respiro. Enterrado en las hojas tranquilizantes de un viejo tilo,
me pudro empapado. El otoño no tiene patas. Solo un cuerpo fangoso yace a medio
enterrar en sonatas y adagios nocturnos. No sé qué ocurre en mi noche. Sé, sin
embargo, con seguridad de las estrellas; porque la luna alguna vez me hace el
favor de desaparecer. Y luego no brillo, no brillas, no brillan nuestras
argénteas hojas. Absortas, se arremolinan, vórtices en el aire, y de nuevo
reposan en el suelo, de la manera en que los seres humanos se apilan unos sobre
otros; y no hago más que inclinarme para acechar tu dormir. He llenado la
estancia de cenizas e hilos. Fumo y coso un monstruo que nadie comprenderá. Soy
la sacra podredumbre que rozó tu boca. Tanto me he cansado buscando un verbo
tuyo, el que con insistencia anhelas, recitando una y otra vez: Aber weh! es
wandelt in Nacht, es wohnt, wie im Orkus, Ohne Göttliches unser Geschlecht.¹
—El
otoño no tiene patas. Solo un cuerpo fangoso yace a medio enterrar bajo el
viejo tilo.
Y,
sin embargo, los dos hemos d e a m b u l a d o por sus escombros, compartiendo
nuestra muerte. También los dos hemos c a m b i a d o. Tras nuestros párpados
cerrados solo el fisurado tetrágono negro de Rusia amanece—
La
estación nos maduró incluso aunque dos estigmas en las pantorrillas se
enardeciesen. Picaduras de insectos estivales, que hago que sangren
inclinándome para que algo de verano gotee. Un poco por poco por poco hurga aún
en dos heridas. Sobre cadáveres de soldados muertos nos sacudimos las palmas de
las manos estirando nuestros dedos raquíticos, arrojando sobras las sábanas
agujereadas los huesos hechos añicos de nuestros pies palabras-magia, que tú
denominas pequeños detalles y yo poemas. Entonces, el oscuro cielo extiende las
manos. Nos convertimos en las aves de la muerte con las lenguas cortadas.
Invisibles, amontonamos en la estación los deseos y cuando se fortifica nuestra
oscura mirada, revoloteamos hacia los tupidos bosques al acecho de las ciudades
iluminadas y nos abalanzamos picando las ventanas vahadas a la hora en que se
ciñen las manos de la pasión y os ahogan. ¡Nunca! ¡Nunca salvamos a nadie!
—El
otoño no tiene pies. Solo un cuerpo fangoso yace a medio enterrar bajo el viejo
tilo.
Bach
ensaya la Pasión según San Mateo en Nicolaikirche: «Erbarme dich, mein
Gott, Um meiner Zähren Willen!».² Dios mío, nos convertimos en los ladrones a
la izquierda de Tu cruz, aguardando a que los soldados sean resucitados. La
eternidad se mofa de la democracia. Comulgamos con tu cuerpo y tu sangre para
que nos inundes. Somos Tus cristianos caníbales— Entre tú y yo está el gran
camino y la macilenta luz que nos pudre. Hemos engullido nuestro cuerpo. Solo
falta que despedacemos nuestros corazones.
Versión
de Mario Domínguez Parra
1.-
«Mas, ¡ay!, nuestro linaje vaga en la noche, vive como en el Orco, sin lo
divino». Vid. Friedrich Hölderlin, El archipiélago, estudio y
traducción de Luis Díez del Corral, Madrid, Alianza, 1979, p. 81.
2.-
«Apiádate [de mí], Señor, / por estas lágrimas que lloro». Johann Sebastian Bach, Matthäus-Passion, Edel
Classics, Alemania, 2005. Traducción del fragmento a cargo de
Daniel Najmías.
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