La
visita
Para María José, por su mirada.
El
primer día pudo verme a la hora de visita, asaltó la tramoya de los antihéroes,
de
los que entre sueños escondemos fetiches que están lacrados como punzadas.
Pudo
verme, descendió como una tenue criatura de espuma
a mi
intenso pantano de almohada, me bañó el rostro de promesas.
Pensé
que era un sueño de penumbra
mutilado
en el arrecife de mi mente, un presagio funerario, vaticinio de aquel perro
ladrador de la tragedia.
Pero
fue ella como Penélope,
trajo
un hogar de hoguera en la mirada, tejió calles nuevas a mis muslos taciturnos y
al aposento putrefacto de corazas
dejó
liberado como una perfumería en viernes.
Su
amor desembarcó toda la ciencia de los vencejos, el pasto milenario del
horizonte,
sus
vaqueros me habían guardado
la
entreabierta lucidez de los jardines.
Expropió
el dolor con su sonrisa en aquella primera visita, el primer día que pudo verme
sola ante la muerte.
De:
“No fue de charol mi otoño de adentro”
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