La
sonda
Buscaron
un ocre tesoro líquido de oro entre mis piernas
que
solamente yo conocía. Una mina ductil con el don de un cofre.
Allí
hundieron como alabarderas ese díscolo áspid y fue a ciegas, una tarde en la
sala de urgencias, practicaron en mí una decoración de interiores.
En
la bolsa dulces flagelos rosas salieron de mí flotando, volviéndose unicornios
tornasolados,
peces
de grafito que se columpiaron como un misterio. Calma, me decía, este garfio de
inquisición cesará, esta fuente amarilla que no mana ahora
es
tan solo un modesto pozo trasnochado en duermevela, la doméstica variedad de mi
frontera.
Luego,
atravesando ese dintel, parecía no estar en mí, haberse enlazado de por vida a
la caligrafía de mi vientre.
Parece
que obtuvo su parca victoria en aquella guerra civil de mi dolor.
Y
como era una sonda, escabel propicio a mi entraña, umbral hacia el gozne
nublado de mi escasa borrasca, sacó a bailar a la más fea de mi lluvia
y se
abrieron aplaudiendo todos los paraguas de la madrugada.
De:
“No fue de charol mi otoño de adentro”
No hay comentarios:
Publicar un comentario