Dicha
En
la tarde, después de la faena diaria, cuando me siento a descansar, llegan
junto a mí mis tres hijitas y, acariciándome, me piden que les cuente cuentos.
Todas se suben en mis piernas y escuchan embebidas, con los ojitos alegres. De
vez en cuando interrumpen, felices, mi relato, con la risa a flor de labio.
Cuando
estoy así, con esa dulce carga entre mis brazos, no ansío nada, nada…
¡Ah!,
y aun así dicen muchos de que no existe la dicha en la tierra…
De: “Poemas de mi soledad”
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