Salmo
de los Fracasados
Somos los receptores
de toda altanería,
el tremedal sobre el cual se erige cada triunfo.
En nosotros fincan sus pies los vencedores
para, hundiéndolos en nuestra blanda materia, alzar
el temerario vuelo.
Para que fulja su prestigio,
necesitan que soportemos su desprecio, que exultemos
en nuestra humillación.
Para que brille lo demás,
debemos dar la contrafaz opaca: sin nuestra sombra,
la luz sería menos luz.
Nos arrastramos, nos retorcemos contrahechos,
para que Apolo implante su belleza.
Y aquí estamos: oficinistas, mecanógrafas,
astrosos mendigos, barrenderos de calles mustias,
carteros, vendedores de frutas, estibadores infinitos,
poetas ignorados, artistas sin duende,
mozos de restaurantes, actores de reparto,
solteronas transidas de decoro,
disimulando el agujero en la suela, el cuello raído,
cubriendo con sobretodos grises la impresentable chaqueta,
con bufandas mohosas la desvaída corbata.
Sin nosotros, no seríais excepcionales, ¡oh triunfadores!
Sin nosotros, vuestro mundo, victorioso, resultaría
monótono y frío.
Sin nosotros, ¿qué fulgor tendrían el ministro recién
posesionado,
el general de la república
o la dama de sociedad?
Somos el fundamento del triunfo, la materia esencial
de todo esplendor.
Sin nosotros, nada seríais, ¡oh otros!,
¡seríais los nosotros de otros vosotros cualesquiera!
Porque somos la piedra angular de toda grandeza,
la sustancial tristeza en que puede el mundo fundar
su vindicativa alegría.
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