El despertar de la ira
Bajo un
arco de ebrias luciérnagas
te
espera un mundo no tan vasto
como el
mundo que hasta ahora conoces:
con
océanos, montañas, ciudades, hombres y fieras.
Lejos
de los dominios de tu corazón
y tu
estancada sangre, la gente manosea
y
maldice la ternura de tu nombre.
Las
avenidas se levantan con sus tallos
de
aluminio, cristal, acero y neón.
Se
abren las ventanas, las puertas de los prostíbulos,
los
portones de las cárceles, los cementerios
y
los templos donde se comercia con sangre.
Arden
óseas astillas, atizan la hoguera, donde descansa
el
perol que hierve con líquidos metales.
Allí
verás cómo se funden las monedas, como se les graba
la
esfinge del verdugo, el perfil del tirano, la marca del asesino.
Nosotros
nos morimos por esas piezas de colección,
nos
encanta todo lo que huela a sangre y morbo…
Nos
fascinan los nombres de los carniceros y suicidas.
Un día,
te despojaran de tu nombre, inventarán uno que corresponda
con tu
apariencia de animal doméstico o de incontenible fiera.
Pule tus
uñas, agudiza tus pupilas, pronto te sorprenderá
la
cacreca mano, enguantada con zumbido de revólver
o
filo de matarife. No verás su rostro, ni el alto obelisco
de sal
que se levantará en tu memoria.
Cualquiera
podría dar el guantazo de mariposas:
el niño
que salta del sombrero negro,
la
liebre luminosa que chilla cada noche,
el
muchacho insómnico que espulga los piojos de tus sueños,
el
galante caballero de hepático vientre y sonrisa bonachona,
la dama
que muestra su sonrisa luminosa mientras aplasta cucarachas,
la
muchacha con sus claveles de papelillo chino,
los
dones con sus cuernos de oro,
los
niños que comen tinta y polvillo de pizarras,
los
próceres con sus patillas de carniceros y sus trajes azules.
No te
fíes, te espera un mundo donde andan sueltas
venenosas
alimañas y temibles depredadores.
Afuera,
hay un mundo que te espera.
Dentro,
muy dentro de vos, va creciendo otro que apenas conoces.
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