martes, 21 de noviembre de 2017

MARCO ANTONIO MURILLO




Belleza de las hilanderas



La luz toca la bahía, no es la misma que el alba de ultramar, es una lámpara opaca que poco a poco va adaptando sus hilos a los dedos de las mujeres. Porque las mujeres pasarán las primeras horas del día tejiendo algo más delicado que la quietud del agua, la leve tutela de los aires. Sobre la arena el terciopelo aún duerme y la aguja y las carpas de lino y algodón… Todo lo que descansa a orillas del mar es cabellera en crecimiento. “Este país demasiado pequeño, estas velas muy grandes”. Piensa quien no ha visto otro mar abierto que el vuelo del albatros. Toda muchacha que urde y se pica los dedos, toda mujer que al fin extiende su velamen como un mar a orillas de otro mar, no ha de seguir el llamado de Ulises.
             Qué importan las cartas de navegación o los comercios del retorno, cuando lo que tientan los dedos se parece a la timidez del horizonte.


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