Belleza de las hilanderas
La
luz toca la bahía, no es la misma que el alba de ultramar, es una lámpara opaca
que poco a poco va adaptando sus hilos a los dedos de las mujeres. Porque las
mujeres pasarán las primeras horas del día tejiendo algo más delicado que la
quietud del agua, la leve tutela de los aires. Sobre la arena el terciopelo aún
duerme y la aguja y las carpas de lino y algodón… Todo lo que descansa a
orillas del mar es cabellera en crecimiento. “Este país demasiado pequeño,
estas velas muy grandes”. Piensa quien no ha visto otro mar abierto que el
vuelo del albatros. Toda muchacha que urde y se pica los dedos, toda mujer que
al fin extiende su velamen como un mar a orillas de otro mar, no ha de seguir
el llamado de Ulises.
Qué importan las
cartas de navegación o los comercios del retorno, cuando lo que tientan los
dedos se parece a la timidez del horizonte.
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