jueves, 28 de diciembre de 2017

AGUSTÍN MAZZINI




El perfume de la flor tatuada

A Juli Rey Meyer



Con dos alas tatuadas en la espalda y un perfume
que detiene el paisaje y lo hace
caer, pétalo a pétalo,
como un secreto revelado de a poco,
las nubes son de espuma de cerveza
y hay quemaduras de tabaco
por el cielo que arrastra esa mujer.

Ella sucede cuando el día es una mancha roja y amarilla,
una hoguera a medio apagarse donde pasta el murmullo
(y doy mi sed de beber a los mendigos
y los enfermos de amor se clavan espinas en sus soles;
y los árboles son pedazos gigantes de futura madera,
y las palomas aletean en las ventanillas de los autos).

Viejas bocas montadas en un burro que viene
del pasado traen hambre; historias de hambre, amores
de hambre, hambre de hambre y la ausencia
es un ángel débil con la voz de Julia.

Después de esto,
ella al fin se convierte en un violín desafinado
que me golpea en la cabeza para dejar
huellas dentro de los bosques de la imaginación,
cerca de lo gris de una tarde de jueves o de agosto,
cerca del vidrio de un quiosco donde la lluvia trata de entrar.




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