El perfume de la flor tatuada
A
Juli Rey Meyer
Con dos
alas tatuadas en la espalda y un perfume
que
detiene el paisaje y lo hace
caer,
pétalo a pétalo,
como un
secreto revelado de a poco,
las
nubes son de espuma de cerveza
y hay
quemaduras de tabaco
por el
cielo que arrastra esa mujer.
Ella
sucede cuando el día es una mancha roja y amarilla,
una
hoguera a medio apagarse donde pasta el murmullo
(y doy
mi sed de beber a los mendigos
y los
enfermos de amor se clavan espinas en sus soles;
y los
árboles son pedazos gigantes de futura madera,
y las
palomas aletean en las ventanillas de los autos).
Viejas
bocas montadas en un burro que viene
del
pasado traen hambre; historias de hambre, amores
de
hambre, hambre de hambre y la ausencia
es un
ángel débil con la voz de Julia.
Después
de esto,
ella al
fin se convierte en un violín desafinado
que me
golpea en la cabeza para dejar
huellas
dentro de los bosques de la imaginación,
cerca
de lo gris de una tarde de jueves o de agosto,
cerca
del vidrio de un quiosco donde la lluvia trata de entrar.
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