domingo, 31 de diciembre de 2017

MIGUEL VEYRAT



  
Elegía en Tholos

                                                       A Martine Broda,
                                                          In memoriam



Mas si creemos que nuestro único sujeto
es el deseo y al mismo tiempo
nuestra esencia, querríamos ser el objeto
perdido y olvidar todo lenguaje.
Dormir en la colina disfrazados de chopos
y cantuesos. Dormir junto a las cosas
enterradas bajo un horizonte
de leche negra -dormir entre las zarzas
jaras y sarmientos que un día fueron
sujetos abrasados. Y también con los muertos
de dolor o de una borrachera. Dormir
bajo la grava junto a las flores de Víznar
o Bagdad, crucificadas de noche
por el odio que despierta la conciencia
de ser libre. Dormir en la colina
de Spoon River tras un mausoleo cualquiera,
bajo el manzano de un huerto
o sobre una sima del mar. Ser para siempre
un ser aunque muerto deslumbrante
de deseo -y conseguir que dure al menos
el tiempo de regreso hasta el chispazo inicial.
Sólo un gesto. Y dormir para siempre
de la mano de nadie -como duerme Martine
con su enjuto cuerpo entregado
en ofrenda a sus amantes lares, Jouve
Juarroz, Celan o Lacan. Todos duermen
ahora en la colina de Tholos. Y nosotros también
muertos con ella como objetos cosas
húmedas entre la seca arena -este silencio.
 


1 comentario:

  1. Ninguna elegía se prepara, se estudia, se acomoda. Sale de un tirón porque es un desgarramiento, en el cual se confunden quien escribe y aquel que se ha ido. Y no hay nada que entender o explicar más allá de ese ritmo que, hablando de la muerte, sobrevive en un canto que queda después de concluida la tarea.

    En este caso la cercanía de ambos poetas y el hecho mismo de que MV hubiese traducido y extendido su obra a tantos que no la conocían, teje un afecto que sobrepasa la ausencia. Y produce una elegía que es un clamor.

    No hay manera alguna, en este mundo que nos ha tocado, de evadir la muerte. Ni la lejana ni la cercana, ni la que para unos es propia y otro sienten ajena. Es algo con lo que vivimos y sobrevivimos, sin que llegue a quebrar la fidelidad a la vida, ni al sentimiento de deslumbrante deseo que nos acompaña.

    Y una elegía –si se la lee bien- termina siempre siendo la exaltación de una vida, que sobrepasa toda muerte. Y queda sembrada bajo el manzano de un huerto, o sobre una sima de mar. Porque, para dormir para siempre de la mano de nadie, hay que haber aprendido a vivir nuestro intervalo sin otra mano que la de uno, extendida hacia el abrazo que jamás se dio.

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