Visita a la casa de Petrarca
Un
amigo me invita a la casa de Petrarca.
Es
en Arquà, cerca de Padua, en una villa del Duecento
con
frescos que celebran
las
virtudes
de
Safo y de Cleopatra.
Me
aturden las clepsidras metódicas del tiempo,
la
bóveda de arena
que
me lleva
hasta
la muerte de Laura.
Canciones
con laureles y tiaras de diamantes.
Caminos
espinosos y sinceros.
Chicas
blancas
y
frías como el mármol
de
angélicos cabellos sin agua oxigenada.
Amores
con un alma
en
dos cuerpos repartida.
¿Qué
puedo hacer en ese huerto?
¿Ir
a poner mi flor en su ventana?
¿Acariciar
los muros desde afuera?
¿Hacer
una pulsera con todos mis fracasos?
Iré
como quien busca fósiles de focas prehistóricas,
explora
dinosaurios o ballenas,
saca
fotos a esqueletos de tortugas.
Qué
habría hecho Petrarca de un amor como el mío.
Cómo
habría cantado
un
amor como el nuestro.
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