miércoles, 5 de febrero de 2020

EDGAR LEE MASTERS





"Butch" Weldy



Después de recibir la religión y sentar cabeza
me dieron trabajo en la fábrica de enlatados.
Todas las mañanas me tocaba llenar
el tanque de gasolina que estaba atrás,
el tanque que alimentaba los sopletes
que, en turno, calentaban los fierros de soldar.
Y yo, para hacerlo, tenía que subir
los travesaños de una raquítica escalera
con todo y cubetas llenas de gasolina.
Un día, al vaciar el líquido,
el aire se inmovilizó y pareció hincharse.
Me disparé con la explosión del tanque
y caí con las piernas destrozadas;
mis ojos se volvieron dos pedazos de carbón.
Alguien dejó un soplete prendido
y el tanque chupó la llama.
El juez del distrito dijo que la culpa
podría ser de cualquiera de mis compañeros
y así el hijo del viejo Rhodes
no tenía que pagarme nada.
Me quedé en el banquillo, tan ciego
como Jack el violinista, repitiendo la frase:
"Jamás lo había visto".



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