"Butch" Weldy
Después
de recibir la religión y sentar cabeza
me
dieron trabajo en la fábrica de enlatados.
Todas
las mañanas me tocaba llenar
el
tanque de gasolina que estaba atrás,
el
tanque que alimentaba los sopletes
que,
en turno, calentaban los fierros de soldar.
Y
yo, para hacerlo, tenía que subir
los
travesaños de una raquítica escalera
con
todo y cubetas llenas de gasolina.
Un
día, al vaciar el líquido,
el
aire se inmovilizó y pareció hincharse.
Me
disparé con la explosión del tanque
y
caí con las piernas destrozadas;
mis
ojos se volvieron dos pedazos de carbón.
Alguien
dejó un soplete prendido
y
el tanque chupó la llama.
El
juez del distrito dijo que la culpa
podría
ser de cualquiera de mis compañeros
y
así el hijo del viejo Rhodes
no
tenía que pagarme nada.
Me
quedé en el banquillo, tan ciego
como
Jack el violinista, repitiendo la frase:
"Jamás
lo había visto".
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