domingo, 8 de noviembre de 2020

ALEJANDRO FLORES PINAUD

 

 


Señor

 

 

Hace ya mucho tiempo que al dolor de la carga

 

se ha curvado mi espalda y astillado mi hombro,

y, a pesar que mi senda día a día se alarga,

ni suplico tu gracia, ni siquiera te nombro.

Yo jamás te pedí me tendieras tu mano

para hundirme en la tierra o treparme a la cumbre;

yo jamás imploré tu poder sobrehumano:

me bastaba el sencillo poder de mi lumbre.

Fui rebelde, Señor, pero tú te vengaste;

y fue cruel la venganza y el dolor que me diste;

me llevaste a la amada que tu mismo formaste

como el agua de clara, como todo de triste...

 

Fue una noche de enero, tibia, azul, luminosa;

su alba carne de ensueño palpitó estremecida

al sentir en su vientre la tortura gloriosa

de otra vida pequeña que llegaba a la vida...

Con la fe más intensa, con la unción más profunda

te dijeron sus labios la plegaria de amor:

“¡Fortalece Señor mis entrañas fecundas

y hazle blando el camino a este nuevo dolor!”

¡Nunca, nunca, Señor, otros labios hubiste

que tu gracia imploraran con más honda emoción!

¡Nadie nunca ha rogado como ella, la triste,

por el fruto bendito de su amor, todo amor!

Pero tu no escuchaste... Su plegaria bendita,

hecha lágrima y sangre y empapada en piedad,

se perdió sollozando en la noche infinita...

¡y sus ojos cerraste para siempre jamás!

¡Es por eso que ahora, que mi labio te nombra,

la palabra me sale dolorosa y amarga,

porque siento que grita su recuerdo en la sombra

y la pena se ahonda y el camino se alarga!

¡Es por eso que vago por senderos sin luces,

encorvado en la tierra donde duerme mi amor

y en la paz de la noche yo me tiendo de bruces

y me abrazo a la tierra como a su corazón...!

 

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