Mudo nudo
Con
escalofrío, la lengua se levanta a barrer la casa.
Cepilla su desganado
cuerpo, pintarrajea su músculo
ausente de
vértebras.
Hoy
es lunes clarividente, y hay que barrer la casa,
piensa ella.
La casa de la
lengua no es robusta,
sus paredes son blancas y verdosas,
su sala cristiana nos mira,
nos mira girar
pasillos
delgados como sombras.
Simbólica no es, herbívora de
luz, ¿é?
La
lengua, ¿una máscara vaciada?,
¿una
cáscara neurótica?
La
lengua tiñe cosmética su atareo,
¿ustedes
le dijeron algo? Díganle la verdad,
porque estoy tan solo, quiero decir, tan sola la lengua está
que inventa una
deshabitada acentuación,
un oportuno corte.
Barre la casa y escucha
canciones de su tierra.
La tierra de la lengua es exterior a su cuerpo
pero la realidad le impone.
¿Le
impone?
La realidad turbulenta le impone
sucesos.
Su
bisabuela, por ejemplo, murió el martes pasado.
Y la
lengua lloró solitaria en unas escaleras
frente a los árboles.
Lloró lágrimas peculiares, casi históricas,
lágrimas
que trémulas cayeron por sus aftas.
Quiero
decir, lágrimas como luceros, como perros ladrando.
Este
mes pretende ser exageradamente ningún lugar
para la
lengua.
Pero hoy, lunes, con su escoba amarilla
empuja el polvo, empuja
inconsciente viejos restos,
materias estiradas por el suelo.
Hace
días que la lengua no barre.
Hace
días que no ve a nadie, que no habla con nadie.
Pero hoy es lunes de imágenes
sumergidas,
de objetos
desmoronados como sonidos vastos.
Pastosa está ella, cada papila camina
por un vocablo diferente,
fracturado.
Cada
una recorriendo surcos, descifrando grafías en los escondrijos.
Se
asemeja a lo que empuja.
Empuja el barro al
aire.
Empuja,
empuja su raíz delicada, diría transparente.
El aire es la semilla
de la lengua.
Barre
y barre arañas encantadas.
Les
dice: quiero ser destejida por la oscuridad.
Y
todo esto nos confunde
porque primero va la sombra, luego la lengua.
Primero
va la sombra arrastrada por la luz que filtran las ventanas.
La
sombra de la lengua no es un racimo
pero es una cosa.
Una anquilosada cosa,
una cosa que tiende su espectro,
su macabra desnudez en
las superficies.
Superficies,
superficies camuflan su presencia.
Ya
no viste igual.
Sus trapos descansan como
esqueletos en urnas.
O eso imagina cuando
los ojos la suturan entera,
torpe al trabarse sin justificación.
También
imagina que es una multitud muda,
que un panteón
celeste aguarda en la profundidad de lo que barre.
Allí
el sol como una luna cortada nace de la tierra,
paciente para
el mirar.
Luego
olvida.
Luego
fisura la mañana con ociosas preguntas,
¿soy una piedra?, ¿soy
una piedra escrita
en un libro?,
¿soy una piedra ladrada en una página?,
¿soy una piedra repetida?
Ninguna piedra es igual a otra.
¿Acaso, tan siquiera, he
entendido
a la piedra?
Al vagarla la he vuelto un crematorio de
enigmas.
Parla, parla cuando desplaza por sueños
al fumador
en la boca de
la puerta.
¿Con quién habla?, ¿qué le dice?
Este lunes
hay tanto silencio.
Recoge
tímida sus dudas.
La lengua, como una tortuga, se esconde en sí misma.
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