Con
un libro de Ocean Vuong en las manos
Para Luis E. Valadez
a la flama errante de su Vaga Lumbre
Abierto
ante mí
con el espejo de tu sed
tus ojos inmersos dibujan el contorno de una bahía:
Cuántos soles fraguando el cuerpo ríspido de las olas
un libro
nace entre las manos.
–He
vivido toda mi vida como un niño –me dices– y aún no sé cuánto falta para que
empiece a caerme la edad en el cuerpo.
Una luna sonríe entre tu barba negra, picada de canas.
Me hablas del poeta, delineas los rasgos de la vida del poeta casi como si se
tratara de tu propia vida. Me hablas de algo de tu vida en la vida del poeta y
yo escucho atentamente, pero no atino a descifrar
ese algo entre
líneas que se deslizan en mi oído mientras tus dedos van pasando las hojas que
murmuran agitadas.
–¡Aquí
está! – dices emocionado.
Encuentras el poema. Pones el dedo gordo de la mano derecha como pisapapeles
mientras la izquierda lo sostiene por el lomo.
Detenidamente lees
lo que parecería ser un rezo
pero se resiste a la servidumbre de las creencias.
Y crece a oleadas tu voz
grabando en mí
sus heridas de fuego.
–Desde
entonces llevo el rojo intenso de esas heridas metido en la retina.
Es tan vistoso
que a veces
me impide ver la noche cuando intento dormir.
El nombre del poeta se repite
como una letanía
como una bocanada huérfana que sobrevive en el desierto.
Y yo sé que cada repetición es una forma de borradura
una forma de deshacer lo andado
cuando nos impide seguir.
–Nos
dejaron solos
sin máscaras ni camuflajes– te digo.
–¿Nos hicimos daño pensando, en nuestra condición de canguros, que podíamos
soportar las despedidas? –Vuelves a reírte.
–Mi mente es una bolsa de canguros
que lleva algunos libros y algunos recuerdos prestados.
Yo sé que no son míos,
que no hay mucho que pueda hacer con ellos
pero a veces los tomo de amuleto
para atravesar la incertidumbre.
Hace
poco
me encontré con alguien que podría ser esa pregunta de carne que dejé
al otro lado del mar. Mi facilidad para ilusionarme me hace ver
lo poco que la edad
me ha caído en el cuerpo.
¿Pero la duda – te pregunto – a golpes de desilusión
nos obliga a madurar?
Atenaza en el pecho
un cangrejo de distancias.
Pero hay una voz que repite muy cerca de la tuya
“La parte más hermosa de tu cuerpo / es a donde se dirige.”
Ahí
donde no hay modo de seguirte queda
el rumbo abierto de tu mapa
las mismas palabras como huellas difusas
las mismas manos abiertas.
Pero tú ya no tienes preguntas.
Pero tú ya no tienes líneas escritas en las manos.
Tu cuerpo ha tomado el rumbo de su parte más hermosa:
esos ojos de bahía que dejaste
al otro lado del mar despejan
estallidos de vida en tu cielo nocturno.
No
querer llegar
no querer quedarse.
El deseo es el guiño minúsculo que se abre
en cada cosa
cuando la vida irrumpe con sus claves.
Aquí está tu guiño.
Aquí está tu libro convertido en barco.
Aquí yace un libro
que fue hombre.
De: “Donde
no hubo sutura”
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