La
mujer herida
Solamente
si alguna vez amaste
con
uñas y con dientes
sin
red
sin
salvavidas
aciertes
a entender el vértigo insondable
que
se extiende a los pies del desengaño.
Ella
creyó encontrar la fuente del principio
cuando
lo conoció, en medio de la tierra,
sin
más escudo que su piel de hombre
bruñida
por el sol igual que el oro viejo.
Lo
amó sin precipicios ni preguntas
tiernamente,
en silencio
con
esa gratitud voluptuosa
que
provoca la lluvia en primavera.
Todo
era tan sencillo.
Los
versos inflamados de poetas infinitos
parecían
seguirla a todas partes
como
si el corazón se hubiera convertido
en
un fiel animal domesticado.
Porque
no existe nada que perdure
una
noche aprendió, como tantos lo hicieran
antes
y después de ella,
que
el amor es un río con cataratas propias
y
remansos ajenos
que
siempre desemboca en el océano.
Míralo
de este modo: la vida te ha enseñado
siguiendo
su costumbre de incansable maestra
cómo
el alma dibuja
serenas
cicatrices sobre viejas heridas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario