jueves, 12 de diciembre de 2013

EDUARDO GÓMEZ




Faro de luna y sol



Tú que en la inmensidad de las noches
tratas de preservar la luz del viejo faro,
-que aún guía hacia un puerto escondido-
estás demasiado solo y lejos de la ciudad
abandonado bajo un cielo de aves de rapiña
viendo a los tiburones rasgar las aguas mansas
y escuchando apenas la música celeste
amenazada siempre por estruendos de taberna.

Ya es inútil implorar a dioses muertos
y esperar la palabra justa y fundadora
de aquellos que tiranizan la ciudad.
A este ruinoso puerto ya no vienen barcos
y sólo algún amigo recuerda que no has muerto
y te trae un libro (¡demasiadas palabras!)
o, vuelto hacia el pasado común, calla.

Pero ellos, los "felices", buscan la
      oscuridad/cómplice
sus risotadas profanan el silencio consagrado
y su salud brutal aplasta brotes entreabiertos
amenaza, devorante, los nobles dones de la tierra
y trafica con libros de sabiduría inmemorial.

No obstante, debes vivir entre ellos y por ellos
tu faro requiere de su pericia y su técnica
y tu debilidad soñadora de su astuta fuerza.
Todavía son tus hermanos de sangre
(aunque sus alas rotas estimulan su astucia
y su corazón trabaja como una bomba de tiempo
reseco y agrietado por la sal de ajenas lágrimas)
y con ellos habrás de recorrer el desierto y sus oasis,
pues los monólogos que indagan bajo una
      sola/lámpara
excluyen el mensaje de multitudes laboriosas
entablan con la luna diálogos delirantes
y desean consolar hipotéticas glorias.

Es necesario resguardar aquellos sueños
que nos invisten como oficiantes del seráfico vuelo
y como insurgentes de la ciudad tormenta.
Tan sólo será posible compartir con solitarios
que saben anhelar la utopía de un futuro
porque han comprendido que todos -sin saberlo-
nacemos con un sol y una luna en el pecho
y el latente esplendor y la angustia de milenios.


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