El
muérdago se enreda en mis tobillos,
helechos
y agavanzas me ciñen las caderas
y
un nenúfar
se
deshoja en el valle dócil
de
mis nalgas.
Sobre
la tierra húmeda me acuesto como un
ojo
que se cierra
(tienen
mis muslos el sabor del humus en otoño)
y
me hago raíz,
vegetal
crisálida
aguardando
la aurora.
Sobre
mis labios quietos
lentamente
desova
una culebra.
De “Hainuwele”
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