Las
hamacas
¡No
quiten las hamacas! ¡No las toquen!
que
quede la moldeada curvatura de la
espalda,
que
permanezca el murmullo de la canción,
la
tibieza del cuerpo ovillado,
la
languidez del brazo que se asoma
de
la mujer que sueña
conservemos
su sueño.
Mantengamos
el rumbo
que
marcó el pequeño marinero en el viento;
para
su memoria levantamos la proa,
que
no la rasguen los restos del naufragio.
Compartamos
el descanso de los fatigados espectros
que
por las noches se mecen con las hamacas.
Respetemos
al aire que las atraviesa
y
al tiempo que se anida en su trama.
Recordemos
cómo ateridos desde sus vientres
escuchamos
el
silbo ya apagado y lejano de las primeras
sirenas.
Dejemos
que la lluvia pudra las hamacas,
que
las habilidosas manos de los días desaten
sus nudos.
Una
mañana encontraremos sus pieles de viejas
serpientes
arrugadas
junto a los postes que las sostuvieron:
que
vuelva el viento al viento, el bejuco a la tierra,
la
oquedad a la nada.
¡No
las quiten!
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