martes, 22 de julio de 2014

VANESSA DROZ


 
 

El lamento que se esfuma

 

 

En lamento que se esfuma,
una oscura transición de cuerpo amado
copula su ilusión de espuma y hueco,
de adverso antojo.

Se vuelca al lado de mi sombra
y en mi sombra no es sombra
sino hombre que me invento
más allá de la muerte y sus penumbras vegetales
(su ambición cortada de ancha trenza que me anima).

Ni conociendo estoy contenta.
Me sumo, amo tu figura rota que se aleja
(tu cuerpo remoto,
tu lejana alma tallada
hallando vacíos primordiales de distancia).
De dos terrestres cardinales
sólo mi robusto cadáver colgando de la tierra
anda, tiembla y nace.

Yace en vertical mi sueño
que no es sueño sino espejo,
columnado estiércol que rebota
en la hermosa costumbre de mis huesos.
Y sueños que se sueña el sueño con la muerte.
Me voy vistiendo
de un constante hedor a selva agria,
a infame turba de monstruos coloquiales,
a disgusto interno de molusco que transpira.
Me salgo,
y en la rebelde ternura de mi sombra
no tengo edad ni bulliciosa sangre.
De la nada caigo y ni me vuelvo
a reconocer la fiera imagen que me espera


 

 

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