lunes, 9 de marzo de 2015

GUSTAVO SOLÓRZANO ALFARO


  

                                             A Jacques Prévert

  

Calmada estaba la Aurora.
Callados los pechos heridos los hados.
La piedra secular pulida
la estatua grande y monumental.
Las calles extraviadas
y los muros abiertos.
La extraña ausencia de una dama,
burdel de incienso cura del ángel,
sombra inerte descuidado el llanto.
El paseante que adula,
la belleza que entra
en un purgatorio de ebrios.
La fuente ya seca
la tarde que la finge.
El edificio de las palomas rojas
abriendo sus puertas al oscuro diciembre.

Tus piernas que crujen cenizas del viento,
yo que me acerco y mi madre que llama,
llora, llora y gime que me acerque
-la tumba es demasiado angosta sutil el cuerpo-.
Mi padre ha fallecido
la hermana ríe los perros la siguen,
la estancia lejos la ventana se abre,
el sol que entra y el paseante ausente.
¿Qué nos va quedando detrás del hambre?

El hastío harto de sí mismo.
Con una linterna que alumbra su desnudez apócrifa;
su belfo limpio y disecado.
Efuminación latente del crisol del Alba.
El hastío aguardando y me detengo.




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