sábado, 5 de marzo de 2016

HUMBERTO JARRIN




Arena experimentada



Se regresa a uno
como un planeta al mismo sitio,
uno es otro y cuando es otro
vuelve uno a ser uno,
uno un círculo,
espiral de viajes,
las mareas lo devuelven,
barco que de no ser por los agujeros
y de cierta fatiga de las velas a los vientos
diría que se oxida
frente a los mismos muelles,
el hombre se recobra,
se hace de nuevo a sus collares de inocencias,
a sus martillos de ignorancias,
se recobra vespertino
o en los abismos de la luz ahogada, 
y está dispuesto a confundir las estrellas
con otras almas o con sus propios ojos,
se recobra no por recobrarse
como un rabo de lagartija,
como un corazón de lombriz,
se recupera después de tantas utopías derribadas,
después de imperios de odios y creencias,
se halla justo el día
en que repara en su propia ausencia,
en el no encontrarse más a conformidad 
con lo inconforme,
cuando se da cuenta de la otra verdad perdida
y canta, canta para hablarse a sí mismo;
se halla y busca entre sus guerras
en los restos orillados
cierta luz o reflejo dentro de sí
como si estuviera convencido de que de todos modos
hay una moneda al fondo del pozo,
y empieza entonces a desconfiar de su desconfianza,
a considerar los peligros de no ser amado,
a creer que entre él y los demás
tal vez ya no hay distancias,
ni muros, ni niveles, ni laberintos
—el mundo es plano pero redondo
y si uno aventura la mirada al futuro
alcanza a ver su propia espalda—
y se dispone a soportar heridas
donde antes hubo axiomas,
a ser allí donde estuvo antes y comenzó
sólo que con más arena experimentada,
empieza ay a empezar esperanzado
y a sospechar que nuevamente se repite.




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