Arena
experimentada
Se
regresa a uno
como
un planeta al mismo sitio,
uno
es otro y cuando es otro
vuelve
uno a ser uno,
uno
un círculo,
espiral
de viajes,
las
mareas lo devuelven,
barco
que de no ser por los agujeros
y de
cierta fatiga de las velas a los vientos
diría
que se oxida
frente
a los mismos muelles,
el
hombre se recobra,
se
hace de nuevo a sus collares de inocencias,
a sus
martillos de ignorancias,
se
recobra vespertino
o en
los abismos de la luz ahogada,
y
está dispuesto a confundir las estrellas
con
otras almas o con sus propios ojos,
se
recobra no por recobrarse
como
un rabo de lagartija,
como
un corazón de lombriz,
se
recupera después de tantas utopías derribadas,
después
de imperios de odios y creencias,
se
halla justo el día
en
que repara en su propia ausencia,
en el
no encontrarse más a conformidad
con
lo inconforme,
cuando
se da cuenta de la otra verdad perdida
y
canta, canta para hablarse a sí mismo;
se
halla y busca entre sus guerras
en
los restos orillados
cierta
luz o reflejo dentro de sí
como
si estuviera convencido de que de todos modos
hay
una moneda al fondo del pozo,
y
empieza entonces a desconfiar de su desconfianza,
a
considerar los peligros de no ser amado,
a
creer que entre él y los demás
tal
vez ya no hay distancias,
ni
muros, ni niveles, ni laberintos
—el
mundo es plano pero redondo
y si
uno aventura la mirada al futuro
alcanza
a ver su propia espalda—
y se
dispone a soportar heridas
donde
antes hubo axiomas,
a ser
allí donde estuvo antes y comenzó
sólo
que con más arena experimentada,
empieza
ay a empezar esperanzado
y a
sospechar que nuevamente se repite.
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