viernes, 18 de marzo de 2016

RENEÉ ACOSTA




Canción por la muerte de Tom Wieland
                                  


I

que el cielo se detenga, que detengan sus barcas
los pescadores, que nadie pueda ahora levantarse
que dejen de brillar las anémonas y se apaguen
los faros celestes, porque ha muerto Tom Wieland

pero las barcas no se detienen
ni las olas arrancan de las rocas los percebes
porque ha muerto Tom Wieland

nadie detiene su paso, nadie despierta ni duerme
la causa de la navaja no es la herida
pero juntas rasgan las cuerdas que escriben
la canción por la muerte de Tom Wieland

siguen los cangrejos su marcha retrograda
como estrellas rojas cavando en la arena
nadie se inmuta por la muerte del muchacho del norte
y nadie se inmutará ante la muerte de todos
los que ya adelante vienen, con su cuerpo
cifrado de signos que hablan de su devastación

pero todo sigue su rumbo…
no importa si hablamos del destino

  
II

todo ocupaba su lugar
todo en su momento, formó parte
de un vaivén de nubes
nadie tocará sus bajos deslaves
de muchacho pecoso sobre las ladera

habrá quien llore por sus labios
la última saliva, pero nadie
nadie volteará a los tactos
de sus dedos, ni tomará sus recuerdos
por bandera de iluminación

las barcas siguen su pesca
las mujeres van a trabajar en las cafeterías
pensando en sus hijos que quedaron en casa
las negociaciones en Hong Kong proseguirán
a menos que una ráfaga gélida las detenga
nada será diferente

quienes lo amaron dirán:
si aún viviera Tom Wieland

no cantará bajo los cielos septentrionales
con los indios de sienes fractales
no cantarán los mismos hippies, buscando
el Nirvana, con hierba y alcohol
a la Jim Morrison, protestando en Tlatelolco

no estará cuando niños rubios pecosos
festejen frente al televisor por la llegada
del hombre a la luna
no estará para besar a Jane Marie River
a la puesta del sol en las playas de México

no vivirá, en conclusión
las sombras de las marmotas presagiando
el hielo sobre las viejas calcetas olvidadas
en el fogón

no se quedará, sin embargo, a mirar
la devastación de su pueblo el once de septiembre
ni tendrá un departamento de alquiler
para rentar jóvenes orientales con ansías
de cocaína en el estupor de las madrugadas
no tendrá ojos vasos circunspectos
para quedarse a la luz de la imaginación
a ver llegar las señales del Big-bang
en el telescopio Hubble, ni mirará
el descubrimiento de las nuevas tecnologías
cibernéticas

pobre Tom Wieland, débil, asmático
pecoso

sin embargo su muerte provocará
una canción para seducir a una muchacha
en el asiento trasero de un cadillac en
New Island, y nacerá un niño que tendrá
la vida que él no vivió


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