Fantasmas de la noche
El
espejo no refleja tu figura, en el ángulo superior cuelga un hilo largo y
amarillo que zurce las cicatrices de la infancia. El viento no circula, se
percibe el bochorno de lo desconocido y el latido del mundo con sus prisas
se enrosca en el peldaño de la noche y te asfixia. El mundo es una
línea recta sin horizonte, alrededor bailan los rostros pálidos de los
niños muertos. De un tiempo a esta parte, siempre anochece, me cansé de
vivir al interior de una caracola porque el aire ha quedado preso. No
existe flor que resista el peso de la angustia y si rascas la suela de los
zapatos sus huellas se hacen planas e infinitas.
En mitad del océano, algún barco revolviendo las olas interminables del grito. Sólo existe un manto ralo entorno a lo cotidiano mientras los lobos marinos acechan detrás de las cortinas interiores de los barcos. Las lágrimas tienen el sabor salado de las algas, con un cepillo de cuerdas anaranjadas peinas los cabellos de los astros para mitigar el olor que desprende el miedo. Ahora que escribo este poema, la cola del universo entona una canción que nadie la escucha. Estamos absortos en los agujeros de las pantallas, hemos extraviado la voluntad y llovido leche agria de vergüenza. Los guerreros han colgado su armadura, sus corazones aún laten y sin embargo sus cuerpos son estatuas pululando por las calles. La noche reclama el calor de las pestañas y la luna aúlla pensativa detrás de las constelaciones del futuro. ¿Dónde se esconden los fragmentos de sus habitantes? Han colgado sus sonrisas al interior de un círculo vicioso y el agua se está consumiendo, la lluvia escasea como la voluntad y tiñe de pesar los corazones extraviados.
He
colgado mi vestido en la percha de la noche para no naufragar.
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