viernes, 3 de marzo de 2017

FRANCISCO CERVANTES




Tres fueron los campos, los escudos tres


                           El caballero a la moda llama a la puerta.
                           Nadie lo recibe,
                           Sólo nosotros,
                           De nuestro origen fantasmal conocedores.
                                                                                             FG



Épocas hubo, lamentaciones hubo,
Hubo un poco de humo por dentro de la carne
Y un poco de viscosa materia en derredor de sus huesos
Una oscura memoria asombrosamente silenciosa
Que veía venir una nostalgia
Del sueño escanciadora; aquella que ofrecía su cuerpo
A las caricias del tiempo y del pensamiento.
No se interrumpe el fuego, acaso cambia,
El leño apagaréis, mas nunca el fuego;
A nada dais la muerte, eso que tocáis es un muñón tan sólo,
Pero plantas brotarán, oh querido Marco Bruto,
Claquín famoso, oh Valentino
Exilio, dulce exilio, sombreada muerte,
Fresca desolación la que nos trae con la alegría el viento.
Oh amada, tierna la herida siempre fuera
Como de niña que cumple todas las noches
Siempre la primera de su amor, sin fatigarse.
¿Quién es aquel que acepta ser
la sola encarnación de un instante,
el proyecto de un instante?
Esto sucede a su pesar,
Aunque no haya sido decretado
Ni exista aquel que lo decrete.
La resistencia y aun el acto de acatar,
Rebeldía o resignación,
Son gestos de los dioses
Y todos somos caretas para que ellos hagan muecas.
Pero, a su vez, ellos no son sino el consuelo
De quienes buscan un bastón o un antifaz para dormir.
Oh pequeños, aceptad la belleza de todo
Porque no perdura, y lo que al tiempo se resiste
No es más lo que al principio fue,
Ni los dioses otra cosa son
Que vanidad todavía más frecuentada.

Superficial, externo,
Pero nunca fieramente fiel,
Oh, no soy de vuestra estirpe ponzoñosa,
Ni de la de aquellos que llegan al potro
Donde la felicidad estira sus miembros dolorosamente.
Esto lo escribo en el exilio,
Encuentro este silencio y su destello vacuo.
He nombrado a mis ancestros
Y sus divisas, sus escudos:
La espada del suicida,
El corno de los bosques,
El toro que en latas torres ondea
Mientras mueren mercenarios.

He nombrado a mis ancestros y digo:
Ésta es la raza que yo acepto,
No la elegí ni ella me escogió,
El azar fue que nos condujo,
Ondulaciones que nos enfrentaron.
El sueño contra el sueño,
El corazón contra el latido,
Ansia contra el cansancio,
Lecho contra prisión y desconsuelo.
Miro borrarse los secretos bajo la yerba,
Miro los años ir detrás de muchos hechos,
Miro la muerte en todos los extremos, en todos los extremos.



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