sábado, 22 de abril de 2017

RICARDO COSTA




Buena salud



Mi abuelo decía que cuando fuera grande, lo que dejara en el plato
se me volvería flacura en los huesos.
Ahora tengo hambre y hace cuatro días que no me afeito,
seis que no paso por la panadería y diez que he dejado de correr
el colectivo para llegar a tiempo a tu casa.
Cuando me quedaba con el abuelo siempre descartaba el puré,
la acelga y el zapallo hervido.
Porquerías que a los chicos nos amargaban la vida.
Claro que se extraña la dura mirada del abuelo. Y también la tuya,
la que no pedía que me alimentara, sino que comprendiera
que el deseo perfecto es aquel que nos mantiene pendientes
del apetito del otro.
Junto al teléfono quedó una galletita magra y medio vaso de yogur.
Vale decir que no hay motivo para el sacrificio, ya que nadie fallece
por arrepentimiento tardío.
No conozco un solo caso de muerte por desobediencia al abuelo.
Pero me preocupa lo que podría destruir el dolor cuando ya
no queden fuerzas para llevarse nada a la boca.
Parece que sí, que la tristeza es un hueso que nunca se dejará comer,
que siempre estará allí, en un plato con restos del almuerzo
y a la espera de tu llamado.


De: “Fenómeno natural”




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