Largo alucinar
Cada
mañana mi vecina abraza
la
prenda seca que antes lavó.
Baila y
murmura…
amo lo
que amas amo que laves
–yo te
amo– amo que laves mi ropa
–amaría
que amaras
todas
las cosas que no quiero lavar–
Con la
íntima emoción
de lo
prohibido
mezclaba
en mi patio cloro y detergente
y en
siestas de calor
aparecía
Jim Morrison. Desde el mosaico,
crecido
repetía
enciende
mi fuego, nena,
antes
de escurrirse por la rejilla.
Las
madres fregadoras
celebrando
su tarde
en la
tabla de madera
con
jabón la perdiz, veían
en la
espuma,
no sólo
la amenaza a la juventud
de sus
manos, sino también
la cara
de Gardel cantando
bajito:
percanta que me amuraste.
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