El amor no se detiene ante la luz roja
No
pienses jamás: la luz está roja,
no
hables con nadie: la luz está roja,
no
polemices sobre textos jurídicos
ni
sobre gramática,
morfología,
poesía
o
prosa:
el
intelecto es maldito, repugnante, despreciable...
No
abandones
tu
gallinero lacrado: la luz está roja,
no ames
a mujer ni a rata:
la luz
del amor está roja,
no
cohabites con pared, piedra o asiento:
la luz
del sexo está roja.
Sigue
clandestino,
y no
descubras tus decisiones ni a las moscas,
sigue
analfabeto,
y no
formes parte del adulterio ni de la escritura:
en
nuestra época, el adulterio
es
menos grave que el delito de la escritura.
No
pienses en los pájaros del país
ni en
los árboles, ríos y noticias del país.
No
pienses en los que usurpan el sol del país:
la
espada de la opresión te alcanzará de mañana
en los
titulares del periódico,
en los
pies del poema
y en
los posos de tu café.
No
duermas en los brazos de tu esposa...
al
alba, tus visitantes estarán bajo el sofá.
No leas
libros de crítica ni de filosofía:
al
alba, tus visitantes
estarán
infiltrados, como carcoma, en todos los estantes de la biblioteca.
Sigue
en tu barril lleno de hormigas, mosquitos y basura,
sigue
ahorcado por los pies hasta el día del Juicio,
sigue
ahorcado por la voz hasta el día del Juicio,
sigue
ahorcado por el intelecto hasta el día del Juicio;
sigue
en tu barril para no ver
el
rostro de esta nación violada.
Si
intentas ir a ver al sultán,
a su
esposa,
a su
suegro
o a su
perro, responsable de la seguridad nacional,
que
come pescado, manzanas, niños
y
también carne humana,
encontrarás
la luz roja.
Si un
día intentas leer
el
parte meteorológico, las esquelas de difuntos o la sección de sucesos,
encontrarás
la luz roja.
Si
intentas preguntar el precio del medicamento contra el asma,
de los
zapatos de los niños
o de
los tomates,
encontrarás
la luz roja.
Si un
día intentas leer
la
página del zodíaco
para
conocer tu suerte antes del petróleo
y
después del petróleo,
o para
conocer cuál es tu número en los batallones de las bestias,
encontrarás
la luz roja.
Si
intentas
buscar
una casa de cartón que te albergue,
una
señora -de los restos de la guerra- que quiera consolarte
o unos
pechos rotos
y una
vieja nevera,
encontrarás
la luz roja.
Si
intentas
preguntar
a tu profesor de clase: ¿por qué
se
distraen los árabes de ahora con las noticias de las derrotas?
¿Por
qué los árabes de ahora son cristal que se rompe sobre cristal?
Encontrarás
la luz roja.
No
viajes con pasaporte árabe,
no
viajes otra vez a Europa:
Europa,
como sabes, rebosa de necios.
Rechazado,
sospechoso,
expulsado
de todos los mapas,
gallo
herido en su orgullo,
muerto
sin combate,
degollado
sin sangre...
No
viajes por tierras de Dios:
a Dios
no le agrada encontrarse con cobardes.
No
viajes con pasaporte árabe,
espera,
como una rata en todos los aeropuertos:
la luz
está roja.
No
digas en árabe clásico:
soy
Marwán,
Adnán
o
Sahbán
a la
vendedora rubia de Harrods:
el
nombre no significa nada para ella
y tu
historia, señor mío, es una historia falsa.
No
presumas de tus victorias en el Lido,
Susanne,
Janinne,
Colette
y miles
de francesas jamás han leído
la
historia de Zayr y Antara.
Amigo:
tu
aspecto es cómico en la noche de París.
Vuelve
inmediatamente al hotel:
la luz
está roja.
No
viajes
con
pasaporte árabe por los barrios árabes:
te
matarán por una piastra
y,
hambrientos por la noche, te devorarán.
No seas
huésped de Hatim Tai [1]:
es un
embustero
y un
estafador.
No te
dejes engañar por miles de esclavas
y
cofres de oro.
Amigo:
no
vayas solo de noche
entre
los colmillos de los árabes;
tu
estancia se reduce a tu casa,
tu
pueblo desconoce tu linaje.
Amigo:
Dios se
apiade de los árabes.
[1] Personaje célebre del folklore
árabe, símbolo de la hospitalidad.
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