Rumor de feria
Hay
en este lugar un tibio rumor de feria,
algo
de caserones dispuestos en la calle atentos al pregón,
al
silbido del mercader,
al
hombre de los lentes que espanta a manotazos
los
insectos esparciendo el olor de la madera antigua,
de
las tizanas que hierven las vendedoras.
Hay
en este sitio una carpa y un puente,
entregan
a los paseantes el mágico entramado de la Ceiba
que
abriga al ladronzuelo entre el tumulto,
los
extranjeros tejidos,
la
orquesta aplaudida por el hombre de los lentes
que
la eternidad recibe para visitar las tiendas,
ir
en pos de una torre donde la magia cuelgue
desde
las almenas hasta el parque;
pero
el bosque es un huerto de gusanos,
un
reflejo del cielo que oscurece mientras alguien pasa diciendo:
no
existe, es otro rumor,
y
en su malhumorada prisa por quitar los afiches
aplasta
los lentes que han caído
sin
notar un hombre arrodillado que implora los cristales
eleva
en una plegaria las manos marchitas
como
sus ganas de feria año tras año
para
poder morir con un misterioso olor a carpa,
a
caserones dispuestos en la calle.
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