jueves, 2 de mayo de 2019

VACHEL LINDSAY





En la misa



Sin duda, mañana ocultaré
Mi rostro de ti, mi Rey.
Déjame alegrarme este mediodía del domingo,
y arrodillarme mientras los sacerdotes grises cantan.

No es sabiduría olvidar
Pero como es mi destino,
llena mi alma de vino oculto
para hacer grandiosa esta hora blanca.

Dios mío, Dios mío, esta hora maravillosa,
soy tu hijo, lo sé.
Una vez en mil días su voz
ha puesto la tentación baja. 

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