miércoles, 10 de julio de 2019

EDUARDO CHIRINOS





Una vez más la rosa



Leo una vez más sobre la rosa y una vez más un perfume de siglos invade mi casa. Rancio perfume con sabor a nombres, a símbolos que demandan la eternidad de nuestros ojos, a cuerpos cuyo hedor se disipa al menor contacto con los nombres. ¿Qué es la poesía sino el olvido de los nombres?, ¿qué es la rosa sino nuestra primera rosa, aquella que nada nos dijo porque nada sabíamos, porque éramos ciegos para todo aquello que no fuera su olor, su color, su efímera gracia adornando un jardín que pronto habríamos de poseer para mejor olvidar? Oigo de cerca y lejos a los vicarios que descreen de la inocencia. Desengaño dicen. Todo lo que puedes decir ya ha sido dicho y redicho en lenguas que jamás soñarás con aprender, en lenguas que ya no se hablarán jamás. Los oigo como oigo también a los santos inocentes. Dilo todo, dilo todo, tu palabra incendiará las anteriores, nadie recordará ese fuego que has convertido en ceniza. Lotófagos del símbolo y el verbo, ¿es posible vivir con un abismo que se abre constantemente a las espaldas? Leo una vez más sobre las rosas y leo pétalos verbales, espinas silábicas que pinchan y sangran los dedos. Leo una vez más sobre las rosas y las rosas se abren y se cierran como ojos. Como libros que son ojos, ¿es posible la contemplación de la rosa y cerrar por un instante los libros y los ojos? La rebelión de Alejandra Pizarnik fue “mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos”. La rosa de Blanca Varela “infesta la poesía con su arcaico perfume”. Infestación y rebelión. Deleite que anula y dignifica lo olvidos, incluso aquel que grabó para siempre la rosa en un oscuro y pertinaz alfabeto. Asesinemos entonces la rosa, devolvámosle como macabra ofrenda cada uno de sus símbolos. Digamos sin miedo y sin vergüenza la rosa, abrumémosla con viejas y nuevas palabras, cortemos la rosa prohibida del jardín de Ausonio, la rosa mística en la solapa de Dante, la humilde rosa que Darío regaló a sus hetairas. Ahoguemos sin escrúpulo las rosas, la asfixia las hará enmudecer. Así veremos la invisibilidad de lo otro.
Así veremos una vez más la rosa.


De: “Abecedario del agua”



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