martes, 10 de septiembre de 2019

MASAO NAKAGUIRI





Guerra



Una cabeza de hombre, salpicada de arena.
Un hilo de sangre que se alarga infinitamente.
Metales que se diluyen, ojos que quedan entreabiertos.
Mujeres semidesnudas.
En el extremo del mundo
creí haberlos visto.

Hojas de caucho despedazadas y empapadas.
Corrimos desesperados.
Nos volvíamos locos.
El índice de mi mano se crispó contra mi voluntad
y tu figura desapareció;
quiero decir: te maté.

Un pedazo de plomo que ató mi dedo a tu corazón.
Los dientes menudos, los pies pardos, y todas las cosas
pequeñas.
En el extremo del mundo
creí haberlos visto.
Pero, ¡Peter!
¿Por qué sonríes a quien te mató?
De lejos
llegas fluyendo dulcemente.
Te acercas titubeando, amigo,
No sé si te llamabas Henry
O Robert.
Sin embargo, ¿por qué no me culpas a mí, tu sacrificador?

Por fin, regresamos a la patria
en cuya belleza habíamos creído.
Mis zapatos militares cubiertos de lodo
pisan ahora las calles carcomidas de Tokio.
Pero tú, ¿en dónde estás tosiendo?
¿En dónde estás lamiendo ese queso de sangre?

Amigo, podrás mirar, lo sé,
a este pobre hombre que mató a su amigo
trepando como topo en el rincón del mundo.
Y comprenderás
que es mucho más penoso haber sobrevivido
que estar muerto.


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