Viena 1930
El
insomnio cada día más persistente
ha
obligado a la vieja condesa
a
tener sobre la mesa de noche
un
libro que hojea al azar.
Hoy,
en la página abierta,
está
la carta que en 1807 Bettina le envió a Goethe:
“¿Por
qué escribo de nuevo? Solamente para volver a estar
contigo
una vez más, del mismo modo que fui a Weimar
para
estar contigo a solas. En realidad, no tengo nada
que decir,
tampoco
antes tenía nada que decir, pero podía verte
y alegrarme.
Repréndeme,
si quieres, dueño de mi alma,
¿pero
no puedo, acaso, hablar de amor?
Si
es así enmudeceré, ya que no sé hablar de otra cosa”.
La
lectura le ha permitido conciliar un breve sueño.
Ve
un café
a
través del cual muchachas de cofia y falda ancha
se
deslizan veloces llevando en lo alto
delgadas
copas de cristal.
Sobre
las mesas se ovillan los gatos
y
en el jardín interior
el
helecho se convierte de pronto en una mancha de sol.
Desaparecen
los emblemas de la claraboya.
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