viernes, 15 de noviembre de 2019

JUAN GUSTAVO COBO BORDA





Viena 1930



El insomnio cada día más persistente
ha obligado a la vieja condesa
a tener sobre la mesa de noche
un libro que hojea al azar.
Hoy, en la página abierta,
está la carta que en 1807 Bettina le envió a Goethe:
“¿Por qué escribo de nuevo? Solamente para volver a estar
contigo una vez más, del mismo modo que fui a Weimar
para estar contigo a solas. En realidad, no tengo nada
    que decir,
tampoco antes tenía nada que decir, pero podía verte
    y alegrarme.
Repréndeme, si quieres, dueño de mi alma,
¿pero no puedo, acaso, hablar de amor?
Si es así enmudeceré, ya que no sé hablar de otra cosa”.
La lectura le ha permitido conciliar un breve sueño.
Ve un café
a través del cual muchachas de cofia y falda ancha
se deslizan veloces llevando en lo alto
delgadas copas de cristal.
Sobre las mesas se ovillan los gatos
y en el jardín interior
el helecho se convierte de pronto en una mancha de sol.
Desaparecen los emblemas de la claraboya.



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