Cleopatra
Soy
aire y fuego...
Shakespeare
Ya
ha besado los labios muertos de Antonio,
ha
llorado de rodillas ante el César
y
sus sirvientes la han traicionado. Cae la oscuridad.
Chillan
las trompetas del águila romana.
Por
ahí viene el último hombre arrebatado por su belleza,
—galán
tan gallardo— con un murmullo vergonzante:
—Deberás
caminar ante él, como una esclava, en el triunfo.
Pero
la pendiente de su cuello de cisne está más tranquila
que nunca.
Mañana
encadenarán a sus hijos. Nada le resta
más
que enloquecer a ese sujeto
y
poner el negro áspid, como separación piadosa,
sobre
su oscuro pecho, con mano indiferente.
(1940)
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