Nocturno de la ausencia
Caemos
arrastrados por un peso inasible,
rodando
entre peldaños y sombras que laceran.
Detrás
del precipicio nuestros cuerpos aguardan,
como
una barca hundida, como el diván vacío.
Ah,
bajar la escalinata para sentir un cuerpo
y
al fondo, en el abismo, besar la boca amarga
de
un fantasma que ha partido.
Si
al menos esta noche,
si
con paso pausado, como un tambor batiente,
como
la joven muda que teme su silencio,
tocaras
a mi puerta.
Si
en la alcoba vacía donde tu voz me hiere,
las
palabras no copiaran la forma de tu ausencia.
Qué
perra y triste, despiadada suerte,
siento
que la luna tiembla desgarrada entre tus dedos,
que
de tu sexo brotan flores de mármol helado,
pájaros
que migran, serpenteando, hacia el olvido,
y
yo extraigo de esa sombra,
del
hueco que dejaste desangrándose en la aurora,
una
plegaria apenas, un sol desvanecido,
el
presagio de unas manos que me escarban las entrañas.
Ay,
hermana, me sangra en los costados la purulenta herida,
y
corro hacia las calles huyendo de mí mismo.
Debajo
de esta piel la mar se yergue y muere.
Detrás
de mi esqueleto,
en
un bosque de arterias,
donde
la soledad corroe los senderos invisibles,
hay
un loco que escribe las cifras infinitas,
un
demente que llora y tiembla y gime y ríe
y
hace girar la rueca que destroza mi destino.
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