lunes, 24 de febrero de 2020

GUSTAVO ADOLFO VILLALPANDO





Nocturno de la ausencia



Caemos arrastrados por un peso inasible,
rodando entre peldaños y  sombras que laceran.
Detrás del precipicio nuestros cuerpos  aguardan,
como una barca hundida, como el diván vacío.

Ah, bajar la escalinata para sentir un cuerpo
y al fondo, en el abismo, besar la boca amarga
de un fantasma que ha partido.

Si al menos esta noche,
si con paso pausado, como un tambor batiente,
como la joven muda que teme su silencio,
tocaras a mi puerta.
Si en la alcoba vacía donde tu voz me hiere,
las palabras no copiaran la forma de tu ausencia.

Qué perra y triste, despiadada suerte,
siento que la luna tiembla desgarrada entre tus dedos,
que de tu sexo brotan flores de mármol helado,
pájaros que migran, serpenteando, hacia el olvido,
y yo extraigo de esa sombra,
del hueco que dejaste desangrándose en la aurora,
una plegaria apenas,  un sol desvanecido,
el presagio de unas manos que me escarban las entrañas.

Ay, hermana, me sangra en los costados la purulenta herida,
y corro hacia las calles huyendo de mí mismo.
Debajo de esta piel la mar se yergue y muere.
Detrás de mi esqueleto,  
en un bosque de arterias,
donde la soledad corroe los senderos invisibles,
hay un loco que escribe las cifras infinitas,
un demente que llora y tiembla y gime y ríe
y hace girar la rueca que destroza mi destino.


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