domingo, 19 de abril de 2020

FANOR TELLEZ





Contrautopía



Nací en Nicaragua, América Central, hace tiempo
y desde que recuerdo no respetamos la muerte,
porque nos cuesta aceptar que morimos.
Y no nos importa morir
ni matar ni nos asustan los que vienen en tendalada
a ser cadáveres por patriotismo, por honor, por codicia
o víctimas de malvados y de ideólogos fanáticos.

Nos imaginamos que pese a morir
la vida se prolonga en la memoria.
Pero eso no es cierto. Aunque te citen los libros de historia
y los romances hablen de ti, estás aguantando tierra.
Luego eres tierra. Alguien que murió, no tú.

Por patrañas vamos a la guerra. Al matadero.
Si nos importara de verdad la muerte, amaríamos la vida.
La propia y la ajena y la del pueblo entero.
No se nos ocurriría llegar y machacar a alguien porque sí
(Libertad o muerte. Legitimidad o muerte. Patria libre o morir.
Cualquier razón da igual)
sino abundar en buena fruta, legumbre y grano.
Nos importaría crecer fuertes, hermosos y alegres
¿A quién no le gusta vestir bien?
¿A quién no le gusta descansar sabroso en su casa?
¿Quién rechazaría un buen plato en tierra propia al mediodía?

Ah no, sólo nosotros hacemos un país para huir de él
-un estado diminuto comparado con Rusia
y nos contamos con los dedos comparados con China-
y por morir se nos olvida vivir en él.
Desobedecemos el equilibrio natural de respetar la muerte
y complementariamente, amar la vida.
Todos los días hacemos un país para autodestruirse.
Y son una rareza los que mueren de viejos en él.



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