Soneto I
Ni Ulises ni otro Nadie más astuto
aventurado hubiera en su semblante
tan divino, agraciado y respetable,
el afán y el quebranto que yo sufro.
Porque, Amor, con los bellos ojos tuyos
tal llaga en mi alma ingenua perforaste
—nido ya de calor para albergarte—
que no podrá tener remedio alguno
si no se lo das tú. Qué dura suerte:
mordida de escorpión, ayuda clamo
contra el veneno a quien me da la muerte.
Solo le pido calme esta agonía;
mas no extinga el deseo a mí tan caro
que si me ha de faltar me moriría.
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