viernes, 28 de agosto de 2020

ALTAÍR TEJEDA DE TAMEZ




El viaje



Partimos de una playa.
En el puerto hay pañuelos
augurando una grata travesía.
En la nave, todo es nuevo
y al partir inauguramos
en un mismo minuto
playa, puerto, vapor y tripulante
y mar y cielo.

El tiempo pasa en una progresión
inversa a la felicidad o al desconsuelo:
los minutos alegres, son fugaces;
los de tristeza o de dolor, eternos.

Y nosotros, seguimos navegando
viendo que cada vez es más hondo el abismo
y más alto el cielo.

A veces, una estrella cae sobre cubierta
y su luz nos envuelve, devolviendo
su primitivo brillo a los objetos
patinados por el tiempo.

Otras veces, tremendas tempestades
nos sacuden con violencia inusitada
y amenazan hundirnos,
pero vuelve la calma, y admirados vemos
al velero sencillo convertido
en un majestuoso crucero.

Vemos alrededor. Estamos
¿En dónde están todos los
creíamos compañeros?
solos
que al principio
No hay luces en la playa. Es decir, no hay playa.
El horizonte es un cíngulo incoloro
que une y separa al mar del cielo.
Estamos solos.
¿Quién nos socorrerá si naufragamos?
¿Quién nos esperará si concluimos
con bien el viaje?
¿Qué faro nos dará la bien venida?
Y ¿en qué país veremos los pañuelos?
Estamos solos. El timonel no existe.

Hay que tomar el mando del vapor
y orientar la brújula, pero ¿hacia qué puerto?
Entonces comprendemos:
La angustia de este viaje
es sólo ocasionada por el miedo
de equivocar el sitio donde el ancla
dirá: «He llegado».

¿Y si no hubiera puerto?
¿Y si el final estuviera señalado
…aquí, en medio del océano?



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