lunes, 28 de septiembre de 2020

CARLOS CAÑAS

  


 

Con la voz, la alegría llega

 

 


Nueva voz nace
de la rosa y de los pasos.
Voz abierta en campana
y surgida de la tierra, de los cuerpos
y de las horas vacías.

Voz que de estrella viene en la noche
y de vientos y ramas en la aurora.
Voz que de los cuentos y de los niños
con flores, frutos y pájaros viene.
Voz que, trágica y tierna,
emerge de la sombra y de las abejas.

Voz extraña, voz de cosas secretas,
que en metálicas sonoridades
viene del ángel y del triángulo.

Y con la voz, la alegría llega.

La alegría llega: yo lo creo.
¿Y por qué no habré de creerlo
si todos, en mi rededor sonríen?

Sí, todos sonríen.
Sonríen aun dentro de las cavernas del dolor.

Sonríe el ángel de las calles sucias
y el panadero vestido de harina,
y el vendedor de diarios y la costurera,
el burócrata y el capitalista.

Todos ríen. Entonces, ¿por qué no he de reír?

Sí, tengo que reír. Tengo que reír,
porque tengo adquirido el derecho de reírme;
el derecho de reírme de mí mismo,
reírme del dolor y de la miseria,
del automóvil y de la carreta.
Tengo la Cédula y la Vialidad, y un diploma venido a menos,
es decir:
tengo el derecho de andar libre por las calles,
con la gracia de ser un ciudadano más.

Sin embargo, para ser feliz,
¿qué ley me acredita?

Sólo la risa existe
y he de reír.
La risa es mía.
La risa es mi llanto.
La risa es mi alegría.

La risa es mi capitana
en el muelle de las horas dislocadas.

Sí, he de reírme.
He de reírme desde mi negra raíz
a mi levantada copa.
He de reírme, porque hoy tengo
en las manos y en la cara
el mapa de la risa.
Mapa nacido por el llanto de la sangre
y por mi nombre de letras antiguas.

Y con el delirio de un náufrago
veo la flor del aire crecida en el paisaje.
Y luego, sin quererlo, escucho un relinchar de celestiales caballos.

Al mismo tiempo, una espada de verde fuego
me anuncia el camino de la esperanza.

Y espero:
una voz me llama
y la esperanza es mía.

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