lunes, 2 de noviembre de 2020

VÍCTOR RIVERA

 

 


Poema póstumo de César Vallejo

  

 

He terminado por ser el combatiente de mi propio poema,
abatido en la trinchera, sobre un hueco de tierra y plomo.
Nadie ha revivido este muerto de dolor por tanto tiempo,
sumergido en mi propia gravedad, hueco puro de la penumbra.

En mi memoria regada de ceniza
únicamente resuena el zumbido del disparo y el obús.
Vuelvo al principio, y este hueco hondo me lleva más atrás,
al agua primordial y la espantosa soledad de sus átomos,
lo que sería con los años la partícula más remota de una lágrima,
la sórdida marea en las mejillas de un niño.
¿Pero quién puede saber la dirección de lo que cae sin fin por este pozo?

Tal vez haya un lugar para la felicidad, blanco como nieve y alabastro.
Tal vez exista un árbol y una rama al borde de una orilla
donde permanezca tendida la ropa de los que juegan en el agua
y siguen sumergidos, buceando hasta ser los peces,
minutos antes de salir a la superficie
el cuerpo por primera vez erguido
en la difícil tarea de caminar y ser terrestre.

Quisiera ser ese que ve la luz y deja atrás las oscuras aguas,
lo que se despierta después de un largo sueño
y nace y existe sin saberlo. Que alguien me levante
como el Lázaro de mi poema,
o el carbón que ve el diamante en las manos de un minero.

Que alguien me levante de mi propio hueco
y sople el polvo de mis huesos hasta las bandadas del trópico,
como si prendieran mis poemas en las alas de un pájaro
que termina por quemarse en el círculo solar. Que caigan sus cenizas
en los campos, junto al trigo y los ganados,
tal vez así, de la viruta que se pudre y se hace hierba
me levantaría, Lázaro de mi poema.

 

 

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