lunes, 21 de diciembre de 2020

KARLA GÓMEZ

 

 


 

 

ACÁ ESTOY con mis cuatro paredes,
rodeada del mañana, del sol que
en otro país se marca en la espalda
de algún campesino,
estoy con el viento que te trae
en las hojas caídas, en un globo
perdido, en el pájaro que espera
sobre el cable,
estoy amaneciéndome en cada recuerdo,
en mi estatura de veinteañera
viendo el espejo pequeño
guardado en mi pecho como estampa,
borroso de mi sangre, de los ojos
que te buscaban justo al caer el día.

 

Estoy como si el recuerdo fuera ese mañana
que se desempolva, cuando la luz se va de los ojos,
y una se vuelve testigo
de su propio derrumbe y pese a eso, sobrevive.

 

Y los dormidos siempre mudos peces….

 

Yo vengo de soñar, de traspasar los ojos,
de caminar a oscuras, de repetirme.
Vengo con la palabra apenas naciente, con el rayo que aún no cae,
porque todo y nada sucede en el sueño
cuando nos toca la hora de ser peces mudos.

 

Se aprende a sobrevivir sobre un río que no existe,
tocar el agua que no existe
y caminarlo.

Los peces mudos
buscamos el camino en tinieblas,
pero nada encontramos,
no hay idioma para nosotros
ni palabras para donar.

 

Y deambulamos: pasamos
de sueño en sueño,
como si fuéramos la mitad de un soplo,
hasta que el sol llega
y nos desprende del árbol
y amanece y somos otros:

 

Seres que portan un traje y caminan rápido,
y olvidan la sombra en la maleta
y darle cuerda al reloj,
para que anochezca
y ser pez y mudo,
y mudarse de sí un rato.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario