Camino
Real
a Ricardo Legorreta
Camino
encerrado por la luz,
por el día que tropieza a cada hora
y nos empapa con su incandescencia
entre la ciudad
a la mitad de abril y de anzures.
Nos
asedia el color,
de pronto tiene cuerpo,
como las flores se desgrana:
pétalo celeste que revienta
a la mitad del patio.
En
la recepción las cosas son distintas:
el cuarzo vuelve a ser cuarzo,
la luz se carboniza en el mural.
Los
espejos de la sed
se cortan y se despliegan
por el viento inmóvil en el salón.
Es más seguro ahí dentro.
Las sombras nos desconocen fuera,
las paredes amarillas,
la lluvia horizontal de la fuente:
el color nos asedia
pero sigue siendo color.
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