Umautuli
Evaristo
Huaique yace en la cuneta del camino.
Borracho desde Osorno, dormita largo y ancho entre
los pastos y la fría neblina de noviembre.
La manta de Castilla de su padre lo protege de
los vientos veleidosos; el cuchillo de monte en la
cintura, aleja a los brujos y a los duendes del sueño
y del camino.
Duerme Huaique bajo el cielo de la noche de San Juan.
Duerme y habla en pendenciero castellano,
a
los viejos animales de la sangre y del espíritu:
No
hubo muerte, padre nuestro, no
hubo sangre, no
hubo peuco picoteándome los ojos,
ni un cuchillo brillándose en la noche, ni una
piedra marcándose la frente.
Un caballo hundiéndose en el agua
me nadaba los sueños
hasta el alba
y un cernícalo de aire y de oro
anidaba en mi cabeza
y en mi luz.
No hubo herida, no hubo hambre, sí silencio
en mi mano y en mi oreja izquierda, sí
mariposa roja de la tierra
negra y roja de los campos de San Juan.
Muertos hubo entre las ramas de los árboles
y en el vuelo
de los peces de laguna
y en la flor de topa topa
las abejas
se comían a una muerta dando a luz.
Esto vide, padre nuestro, no
mi muerte,
pues los sueños no son para morir.
Esto vide en los montes
de otra tierra
donde nace y muere el sol
que alumbra al sol.
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