La
bestia de las palabras
Querido
Juarroz
soñé que levantabas el tubo del teléfono
y discabas equis número al azar
con voz de ultratumba recitabas de memoria
el primer poema que se te venía a la cabeza.
Esto que podría ser el comienzo de una biografía hermosa
tiene sus bemoles.
En pocos días te transformaste en el loco del teléfono
que originó la huida de un pueblo de provincia
hacia otro vecino
sin cuadrillas de Entel
y sin poetas.
Carajo qué miedo les metiste.
Les temblaban las patas cuando colgaban el auricular
y lo dejaban en cruz por temor a que regresara la bestia de las palabras
que tanto daño inculcó a las nuevas generaciones con su shalalá
las figuras de cartón nada dijeron porque habían desaparecido
en el último festival latinoamericano de cabecitas verdes.
La SADE todavía no se expidió sobre el asunto
algo dirán cuando vuelvas con tu gira vertical a Dorrego
si es que se animan a opinar
sobre un caso desbordante de malicia
y otras versiones que no vienen a cuento en esta triste fantasía
que sólo busca ajustarse a una verdad porque así es la poesía
un teléfono siempre a punto de extraviar el tono
y una de las maneras más precisas de pronosticar
que al otro lado del mundo hay una voz idéntica
lista para condenarnos.
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