domingo, 10 de abril de 2022

ALBERTO SERRET

 

 

Viaje menor

 

 

Recuerdo mi casa, ajena
en el vientre de Santiago
(y, como en suerte de mago,
extraigo la carta buena
de su olor): enorme, plena,
con su pasillo central
y esa guitarra de sal
que no tocó, que no toca.
Luego, silencio; a mi boca
sube un sabor de cristal.

Y veo a mi hermano sentado
en su rincón de la sala:
Lleva una herida (o un ala)
que desangra en el costado.
Veo el tesoro enterrado
en un cantero, y la tía
que muere de su agonía
sin final (triste y menuda).
Y allá en el fondo, esa viuda
desolación, madre mía.

Cuántos rostros familiares…
Gentes que vienen o van
como pedazos de pan
recién mordidos, impares.
Gentes como híbridos mares
donde aún navega mi infancia.
Retazos de esa fragancia
que me guardo en estos versos,
fantásticos universos

de dulce insignificancia.

¿Entiende el mar lo que hablo

cuando me llego a su orilla
y en la habitual maravilla
de sus almizcles entablo
un diálogo mudo, y hablo
conmigo mismo ante él?
No hay anclas ni timonel
para ese diálogo humano
que deja sal en la mano
y agua de sal en la miel,
o fluye bajo mi piel
hasta quedarse en el fondo.
Líquenes rojos que escondo
en un secreto bajel:
mi viejo barco, mi fiel
bajel de infancia. Si amar
es como morder o echar
al viento una red de plata,
¿por qué la angustia me mata

cuando hablo con el mar?

 

 

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