Ciega
Como
un Lázaro
envuelta en vahos cálidos
rasgada su mortaja de silencio
Pero
más tarde habrá perdido toda su sonoridad
—en el ruido de las grandes ciudades
en la angustia de los puertos atravesados de promesas
y en el afán multicolor de
los barcos dejados a prisa—
Mas
su eco —hebra de seda suave—
atara el corazón al pensamiento
para establecer la corriente del
Recuerdo
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