Salmo
de la noche
Aquí
la noche jadeante y baja. La que se muere y no habla.
Aquí la noche aferrada a la ceniza de la nieve.
En las ciudades prisioneras.
Hay
que tocar la propia diestra para saber el camino del agua.
Y sólo el agua divide el bosque negro de la ciudad inmóvil y vendada que un
encaje olvidado de luna serpentea.
Aquí
la noche que no duerme. Y solamente encierra. Casi sin albas la de mañanas
tardías.
Risa de colegiales corta un instante el frío. Hasta que pasa en ella un
silbido.
Como a través del vuelo de las palomas condenadas.
Sólo
la noche se inclina a desiertos parapetos.
Un temblor de siglos gira en las veletas agitadas por el cierzo.
Y prolonga la voz de los tambores ensordecidos.
Saltan
sobre la nieve los centinelas como los osos cautivos.
En
su prisión la bella aprende por vez primera a caminar en las tinieblas.
Y todavía nadie espera nada.
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