La
línea
Nada
me hacía pensar
en la felicidad, ni en
los ángeles,
viendo pasar a los
motorizados.
Sentí
la extrañeza
de ser huérfana
de mi propia sangre,
de
haber sido expulsada
del paraíso: voces,
música, de la estridencia
viva, fluidos
que desembocan
en el casco urbano.
Volví
a mi pasividad doliente,
donde no hay ruido. Pero atiendo,
en la frontera cada una de las letras
de ese salmo: la tal vez
alegría.
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