domingo, 4 de diciembre de 2022

MIGUEL GOMES

 

  

Somos cuentos

 

Somos contos contando contos
Pessoa

 

Me llamo Yo, pero no soy el que está escribiendo estas líneas. Él ha asumido la responsabilidad de pagar una hipoteca, las mensualidades del auto, las tarjetas de crédito y se esfuerza en no atrasarse con la luz, el teléfono, el agua. No quiere mencionar lo que le cuesta a la semana la guardería de la hija mayor ni lo que en los dos últimos meses ha tenido que invertir en pañales y fórmula láctea para los gemelos que le nacieron con un mes de anticipación. Su mujer se ha recuperado de la cesárea, pero trasnocharse, igual, no es fácil.

Las vacaciones del que escribe pronto se acabarán. El lector puede adivinar el estado de ánimo en que se encuentra, preparándose, luego del permiso posnatal, para regresar a las rutinas, al toma y daca de clientes, secretarias y colegas. Lo más difícil es figurarse qué siente acerca de la noticia que una llamada de larga distancia acaba de darle: en la habitación de un hospital, en un país lejano, su padre espera impacientemente a la Muerte; en un rincón, silencioso, un Cáncer de largas barbas se ha sentado a velarle el sueño.

El que no es Yo trata de materializarse en aquel lugar remoto, pero por supuesto no logra sino ejercitar su imaginación con la fantasía de acompañar a la madre y reconfortarla mostrándole fotos y hablándole de los nietos, y con la fantasía paralela de contarle al padre la misma historia, suponiendo que este aún estuviera consciente para entenderla.

Como todos los seres humanos, o la mayoría, el que no es Yo lleva ese peso a cuestas: está embarrado de vida y muerte. Ni las tristezas ni las alegrías lo dejan pensar con claridad porque, en el fondo, le consta que incluso los pensamientos son afectos (con delirios de grandeza). Nunca tendremos suficiente lucidez; no nos saltaremos las agonías ni dejaremos de lado, con aires de distracción, el último estertor del hombre que se aferra a las sábanas como si de algo le valiera.

Yo también sostengo esa pesada carga, pero solo de palabra. No es lo mismo decir que uno cambia un pañal que, en efecto, hacerlo, cediendo a los olores de la colonia, la vaselina y los excrementos. No es lo mismo hablar de la Muerte que saber que ella se ha instalado en nuestro origen y aguarda sin agobio a que nos presentemos. Su sonrisa, al final de todo, será espléndida: la eternidad abrirá en ella sus grietas.

El Yo que soy, a diferencia del que escribe estas líneas, no pone en duda que sus circunstancias sean ficticias. Me parece bien que haya dejado de ser ingenuo: cualquier Yo al que se refiera será uno más de sus inventos.

 

 

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